Explicábamos en el post anterior cómo el papel del líder suele ser bastante relevante en movimientos políticos que defienden proyectos rupturistas o de carácter nacionalista. Ante una nueva etapa ilusionante, pero cargada de incertidumbre, el pueblo se ve necesitado de un guía o incluso un padre que le proporcione orientación, seguridad y confianza. Comentábamos también como algunos liderazgos sólidos se forjan en el prestigio de un dirigente anterior, el cual, por lo general, suele ser el fundador de un régimen o de un movimiento político.
En la actualidad, existe un caso especialmente singular: el del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan. Hablamos de uno de los líderes más carismáticos del mundo actual. Su gestión al frente del Gobierno de Turquía mantiene elevados índices de aprobación entre sus compatriotas. Al mismo tiempo, una parte de la población siente un enorme rechazo hacia su figura y hacia una forma de gobernar que consideran autoritaria.
Erdogan es el máximo dirigente del Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP), una formación islamista moderada y de centro-derecha (el equivalente islámico de la democracia cristiana). En carteles de su partido y en apariciones públicas suele aparecer junto a una imagen de Mustafá Kemal. El primer ministro turco quiere proyectar una identificación con quien es conocido oficialmente en su país como Atatürk, que significa ‘padre (o antepasado) turco’.
Atatürk, el ‘Padre Turco’
Atatürk fue un oficial del ejército que, tras al derrota del Imperio Otomano en la I Guerra Mundial, lideró el Movimiento Nacional Turco, que dirigió con éxito la resistencia contra la ocupación del territorio turco por parte de las potencias occidentales. Fue el fundador del actual régimen, la República de Turquía, nacida en 1923 gracias al impulso de su Movimiento Nacional Turco. El programa político kemalista se basó en las llamadas seis flechas. Este proyecto se resume en la creación de un estado-nación moderno, democrático y secular; guiado por el progreso educativo y científico basado en los principios del positivismo, el racionalismo y la Ilustración.
Hoy en día, Atatürk sigue omnipresente en la vida de los turcos. En plazas, parques o museos de toda Turquía puede contemplarse la estatua del padre fundador de la patria. El principal aeropuerto del país lleva su nombre. La inmensa mayoría de los turcos, sean de la tendencia política que sean, siente veneración por un líder cuyo proyecto político se asocia a la modernización del país en uno de los momentos más críticos de su historia. Podemos hablar de que existe una forma de culto a la personalidad.
Tanta fue la repercusión de la obra política de Atatürk, que el término ‘kemalista’ trasciende más allá del caso turco. Es un concepto político que,como el de ‘cesarismo’ o el de ‘bonapartismo’, se aplica a otros regímenes políticos de la historia con los que se puede establecer una analogía. El estado kemalista se convirtió, pues, en un caso paradigmático en la historia de la política contemporánea.
La sombra de Atatürk en la Turquía de hoy
Aunque supuso un impulso modernizador para el anquilosado Imperio Otomano, el régimen fundado por Atatürk ha generado algunas críticas. Una parte importante de la opinión pública europea consideraba hasta hace pocos años que Turquía no era un país completamente democrático. Ese autoritarismo aún se refleja en la concepción nacionalista del régimen. La minoría kurda lleva décadas reivindicando mayor autonomía y mayor respeto por su identidad cultural. La represión contra el nacionalismo kurdo continúa siendo feroz. El tradicional peso de los militares en el actual régimen turco es una herencia directa del kemalismo. El movimiento de los Jóvenes Turcos, formado por compañeros del ejército de Kemal, jugó un papel clave en los cambios que se produjeron en el país tras la Gran Guerra.
Desde la proclamación de la república, el intervencionismo de los militares en el gobierno ha sido constante. Varios golpes militares llegaron a derrocar a gobiernos turcos sospechosos de desafiar el poder de este estamento. Desde la óptica occidental, este poder de los militares tenía un aspecto positivo: era la garantía del laicismo del Estado turco.
Erdogan, ¿un nuevo sultán o la reencarnación de Atatürk?
En este contexto político-histórico, los detractores y algunos analistas extranjeros acusan a Erdogan de querer enterrar el legado de Atatürk. Al mismo tiempo, sus seguidores y otros analistas internacionales fomentan la identificación con el ‘Padre Turco’. Su ideología islamista, sus enfrentamientos con el ejército y algunos jueces y su política exterior ambiciosa (¿neotomanismo?) han llevado a muchos de los adversarios del AKP a contraponer ambas figuras. Para ellos, el actual primer ministro es más la reencarnación del antiguo y todopoderoso sultán. De hecho, en sus tiempos de alcalde de Estambul era apodado como el Sultán.
Sabedor del peligro de ser percibido así, hace años que Erdogan pasó a la ofensiva y comenzó a promover su identificación con Atatürk. Acertada táctica. No hay otro referente en la política turca que pueda generarle más adhesiones.
Aun siendo el actual jefe de Gobierno turco un dirigente de indudable carisma y liderazgo, los paralelismos entre Erdogan y Atatürk también pueden encontrarse en los contextos históricos. Turquía lleva años de intenso crecimiento económico, mientras Europa permanece atrapada en la crisis. Un Gobierno políticamente innovador está dirigiendo Turquía durante una apasionante etapa política en la que el país se está modernizando y acercando a occidente, al tiempo que se fortalece su imagen internacional y su influencia diplomática. ¿Les suena?
Un buen orador hábil en las relaciones personales
El estilo comunicativo de Erdogan está muy marcado por su personalidad. Su fuerte liderazgo es reflejo de un carácter autoritario, pero en ningún caso despótico. Su obstinación, su perfeccionismo su capacidad de trabajo han sido claves para forjar ese liderazgo. Hablamos de un político tremendamente carismático, con una valiosa capacidad de seducción y con mucha habilidad para en las relaciones personales directas. El primer ministro turco ha utilizado con mucho éxito esta destreza en su trato con dirigentes internacionales. Con ellos muestra menos la arrogancia que sí perciben con frecuencia los políticos turcos. Seguramente su ambición y su agudo instinto político le ayuden a saber qué imagen dar en cada momento y con cada persona.
Erdogan también destaca por ser un gran orador. En ocasiones su discurso está cargado de emotividad y, en ocasiones, de populismo. Pero tanto sus partidarios como sus detractores deben reconocer que consigue llegar a la población como pocos líderes turcos contemporáneos lo han conseguido.
Fuente de las fotos: son todas propias menos las dos primeras, que son, respectivamente de Press Europ y de una web del AKP, la de la portada de la revista, que es de Habervesaire y la de Erdogan con Putin y Berlusconi, que es de Wikipedia.