Mucho se ha escrito sobre las estrechas relaciones entre el poder político y la religión en todas las culturas. A lo largo de la historia los más variopintos regímenes políticos han buscado el apoyo de la jerarquía religiosa para fortalecer su legitimidad. En una conferencia pronunciada en la Academia de Bellas Artes de Santa Cecilia, Francisco González de Posada repasó con maestría el uso religioso de la política y el uso política de la religión, centrándose en uno de los acontecimientos de esta naturaleza más importantes de la historia: la proclamación por parte de Teodosio I El Grande del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano en el siglo IV a través del Edicto de Tesalónica. Este hito me hizo reflexionar sobre la necesidad de todo poder de encontrar un sistema de valores -ya sea ideológico o espiritual- para legitimar su poder. Por muy eficazmente que funcione el autoritarismo en un régimen político, siempre son necesarias una superestructura que mantenga cierto grado de cohesión y consenso ideológico entre los gobernados, así como amplias dosis de poder blando.
En un imperio decadente en el que la religión politeísta y las instituciones estaban en cuestión, la decisión de utilizar el cristianismo como coraza ideológica de su poder fue un enorme acierto de Teodosio. Aún considerando que la fe y las convicciones del emperador fueran sinceras, no cabe duda de que fue una iniciativa muy oportuna desde el punto de vista tanto de la estrategia como de la comunicación política. Aunque con mucha menos trascendencia, centurias más tarde el poder religioso protagonizó acontecimientos que reflejaban su estrecha conexión con la política. También el caso contrario ofrece ejemplos valiosos. E incluso podemos relatar casos de ataques y contraataques entre ambos poderes. Repasemos algunos de estos avatares políticos que tuvieron a papas como protagonistas:
-El Papa Alejandro VI y el Tratado de Tordesillas: el Papa Alejandro VI exhibió grandes dotes diplomáticas y una notable capacidad de influencia cuando logró que los reyes de España y Portugal accedieran a firmar esta acuerdo en 1494. Es verdad que otras potencias europeas lo incumplieron, pero el documento marcó el reparto colonial del mundo entre España y Portugal y evitó más de una guerra durante siglos. Pese a haber pasado a la historia como un pontífice cruel e inmoral, lo cierto es que el pontífice valenciano Rodrigo Borgia se comportó como un brillante político, cualidades que heredaría su hijo César, cuyas claves explica José Luis Sanchís, el maestro por excelencia de los consultores políticos, en una de sus obras. La firma del tratado fue una victoria para Alejandro VI, que transmitió ser un líder respetado por los monarcas cristianos y capaz de poner paz en Europa.
–Napoleón Bonaparte y su autocoronación: este acontecimiento tuvo, sin lugar a dudas, consecuencias mucho menores. Es más, se trata de la constatación de un hecho ya consumado: la supremacía de Napoleón sobre otros poderes europeos, incluido el religioso. El gesto de Bonaparte quitándole la corona al Papa Pío VII y colocándosela el mismo en su cabeza en la Catedral de Notre Dame es de un poder simbólico brutal. No es casualidad que el emperador francés quisiera inmortalizar el momento encargándole a Jacques-Louis David el célebre cuadro que ha llegado a nuestros días. El mensaje es contundente y no da lugar a equívocos: hasta el Papa permanece sumiso ante el poder omnímodo de Napoleón Bonaparte, que no necesita pedirle permiso a nadie para coronarse emperador.
–La lucha entre Franco y Pablo VI: la defensa del catolicismo fue uno de los pilares ideológicos del poder del general Francismo Franco, que calificó a su Golpe de Estado y posterior Guerra Civil de Cruzada y a su régimen de “nacionalcatolicismo”. El apoyo que logró recabar de la jerarquía católica le ayudó a legitimar su poder ante amplios sectores conservadores de la sociedad española. En el plano simbólico, podemos destacar como caminaba bajo palio en eventos religiosos, mientras que en el más estrictamente pragmático destaca su derecho de presentación de obispos. A raíz del Concilio Vaticano II las relaciones entre la Iglesia y el régimen franquista se enrarecieron mucho. El clímax de este distanciamiento se produjo cuando Franco y el papa Pablo VI llegaron a enfrentarse abiertamente por causa del, a la sazón, obispo de Bilbao Antonio Añoveros, a quien el dictador estuvo apunto de expulsar de territorio español por, entre otras cosas, defender el hecho diferencial del País Vasco y el uso del euskera. El sumo pontífice contraatacó amenazándole con la excomunión en caso de que expulsara al prelado. Finalmente, la sangre no llegó al río (si bien hubo más episodios de tensión entre ambos poderes) gracias a la intervención del cardenal Marcelo González.
Aún en nuestros días, muchos líderes políticos buscan la foto o cualquier gesto favorable del papa debido a su enorme poder simbólico. Por su parte, la jerarquía religiosa hace uso a menudo de técnicas propias de la comunicación política para influir en los gobiernos o simplemente para hacer llegar mejor su mensaje a los ciudadanos.